El segundo álbum de la productora, compositora, vocalista e instrumentista Lucy Patané deambula por múltiples estados. Pero primero que nada, es mostra, por eso este material saca a relucir con picardía y performática, verdades, indignaciones y frustraciones.
Lucy Patané lanzó su segundo disco de estudio titulado Hija de ruta, con una estética juvenil que propone un viaje a través de inquietudes pero también de algunas certezas que para ella son innegociables. Sinfonías rudimentarias, disonancias y estructura musical es lo que se escucha a lo largo de once canciones en las que despliega todo su potencial como compositora, instrumentista y productora.
En ese marco arranca el primer tema, “Glitter negro”. El sonido es abombado y por momentos se tiñe de una rebeldía western. Esta apertura huye del aspecto más folk que Lucy supo abrazar en su disco debut (Lucy Patané del 2019), sirviendo como una ojeada a lo que va a ser el resto del material.
Tema dos, “Trámites burocráticos”. Este corte deja en evidencia la cercanía de Lucy con el entorno y la sensibilidad para palpar el ambiente posmoderno, diariamente en puja e indignación. “No se llevarán mi felicidad, ni mucho menos a mis amigos”, el verso que da inicio y que se eleva por la voz poderosa de la vocalista.
Las guitarras son combativas y entre alaridos abren paso al dictamen final: “En el presunto caso de que sigamos vivos / no se llevarán ni un minuto más / ni mucho menos a mi destino”, desafía la cocreadora de Lesbiandrama.
La tercera canción se llama “Lo caro” y, similar a una grabación, se va alzando desde lejos. Lo lúdico entra en juego, en tanto, los versos se desprenden como una travesura entre acordes quebrados que van y vienen como chispazos.
Con la voz situada en primer plano y con altura, se antepone: “No sé cómo vas a hacer / lo caro de tu libertad / borrate ese tatuaje de la frente”. La dialéctica entre el costo de quererlo todo y verlo disiparse en un sólo movimiento.
En el cuarto track “La maldad”, el tono se torna acústico y construye un clima sensible, tembloroso. La maldad “va caminando”, advierte quien cimentó el camino para las mostras que vinieron después de ella. Los murmullos hacen eco y se cubren de oscuridad: la maldad existe. La pregunta es cómo arrancarla.
“Un domingo”: quinto tema que pone sobre la mesa la desesperación de las últimas horas de la semana. El prefacio de la rutina y el desborde encriptado mediante disonancias, voz vibrante y golpes de cuerdas que knockean en la nuca. Asimismo, atraviesa el disco y lo corta en dos.
Sigue “Vinieron a buscar la paga”. Un cuerpo irrumpe en el centro de la pista, sobreviene el descontrol y el clímax se acelera. Las guitarras de Lucy quedan tatuadas en la piel de quienes bailan.
En el séptimo corte, “Las dudas y las deudas”, la cantante que es inevitablemente performática extiende un despliegue sonoro de la mano de una voz más pulida. Los instrumentos, articulados, pasean por más de un ánimo.
Parecida a esta sensación es la de “Vecindario“, la octava canción en donde Lucy le canta frenéticamente al deseo. Su talento para la producción de resonancias alternativas queda a la vista una vez más.
Antes de terminar, se da play a “Bukkake”, una especie de preludio que transita hacia el final del álbum. Un anticipo del tema diez, “Restos fósiles”, donde sobrevuela la calma y se exterioriza un dolor.
“A mí déjenme bailar entre los escombros de un error“. ¿Cómo cantarle a la pena? Esta canción se aproxima a la respuesta, extrayendo algo de sus raíces folk de su primer material. Una melodía que llora y se despide, no sólo del disco, sino de un tramo, de un amor, un vínculo, algo indeleble: un resto.
Por último, llega “Estoy aburrida“. La síntesis de un pensar infantil que evoca al pasado y que refleja el sentir de a quienes hoy, nos aburre la misma historia de siempre. ¿Quién no quiere pedir, en un momento de profundo tedio, que le compren algo dulce para seguir con el juego? La música suena como un recuerdo cercano: “Comprame caramelos / llevame a la plaza, papá”.
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