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Dante Spinetta explotó el Teatro Vorterix

El ex Illya Kuryaki and The Valderramas volvió a tocar en la ciudad de Buenos Aires por primera vez en el año, con un repaso especial por toda su discografía.


El viernes por la noche un público de todas las edades -que había agotado las localidades con anticipación- se refugió del clima invernal en el Teatro Vorterix al calor del show polirrítmico de Dante Spinetta. Energía funk, un cancionero entrañable y una banda explosiva para celebrar la discografía del artista, que no se presentaba en Buenos Aires desde diciembre del año pasado.

La apertura del show estuvo a cargo de Ciaro Spinetta (sobrino de Dante y nieto de Luis), que empezó a tocar sin mediar palabra sus canciones luminosas y suaves de energía -valga la redundancia- spinetteana. Mientras lo acompañaban un bajo y una guitarra acústica, él alternaba entre una viola para zurdos y un piano. Cerró su show con un tema de arpegios que evocaban a Durazno sangrando.

De repente, empezó a sonar despacio la banda en la oscuridad. Teclados oníricos y campanas acompañaban a la luz, que se iba intensificando de a poco hasta la explosión de la batería. Cuando entró Dante, lo acompañaron los vientos y la noche comenzó a brillar, como una fiesta de ritmos, colores y sabor. A Spinetta lo secundó una súper banda de dos guitarras, teclados, bajo, batería, set de percusión, una corista y cuatro vientos. Es una sinfonía funk imponente donde cada músico cumple su función de manera perfecta. Ya con la máquina funcionando, la banda sorprendió con cortes rítmicos perfectos, el frontman alentó las palmas y el baile se convirtió en una constante en todo el teatro.

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Foto: Guido Adler

“El lado oscuro del corazón” es el gran hit de Dante como solista. Se trata de una canción ambigua, donde la letra dialoga con la instrumental. Por un lado, Dante narra un desamor definitivo desde la cima del cansancio; por el otro, nos recibe un riff de guitarra modulado que abre el pecho y suena inconcluso, con una música que florece romántica, emotiva y sensual. El estribillo es el clímax del show y de golpe revela una conexión simbiótica entre la banda y el público, la frescura del arte (en) vivo y la materialización de un sentir colectivo: en definitiva, el milagro de la música.

“¿Qué pasa Buenos Aires, todo tranca?”, dijo el ex Kuryaki, que se asumió más charlatán que de costumbre, y siguió con un ritmo más trabado con “La movie”. Mientras Mati Rada se lucía con un solo de guitarra espectacular, Dante Spinetta pedía palmas a todo el Vorterix hipnotizado, que se movía como si fuera una extensión de su cuerpo.

Repasó también su etapa más rapera junto a su hija Vida Spinetta que subió a cantar “Olvídalo”, el clásico de El apagón (2007), interpretando el estribillo originalmente grabado por Julieta Venegas. Aprovechó la ocasión para dedicarle el show a su hijo Brando, momento en el que el público acompañó cantándole el feliz cumpleaños.

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Foto: Guido Adler

La banda bajó un par de cambios y propuso intimidad con “Soltar”, canción que pertenece a Puñal (2017), y “El árbol bajo el agua” -una rareza sensible y acústica en la discografía de Illia Kuryaki and The Valderramas-, nuevamente junto a su hija Vida en un mano a mano muy emotivo.

Levantó la cabeza hacia el final del show con “Aves”, de ritmo semi candombero, y “Mi vida”, donde oscureció con un riff de guitarra y una batería de golpes pesados que fue creciendo hasta el final. Definir el show de Dante Spinetta no es tarea fácil y hacerlo es un atrevimiento: es funk, es hip hop, es soul y también es rock and roll.

“No solo estamos orgullosos de ser argentinos: estamos orgullosos de ser sudakas”, dijo Dante, reivindicando el ser latinoamericano y cantó “Sudaka”, grabado originalmente junto a Trueno en Mesa dulce (2022). Después, valoró el presente desde el abrazo al camino recorrido e hizo un medley con dos clásicos Kuryakis: “Jugo” y “Coolo”.

Dante se presentó fresco y enérgico, por un lado improvisando solos como el gran funky guitar hero rioplatense que merecemos y por el otro como un showman enlazado mágicamente con su público, cantando, bailando y pidiéndole al público que repita -al mejor estilo Freddie Mercury- los gritos que él hacía, que rápidamente se convirtieron en gemidos de ida y vuelta entre el artista y su gente. Con ese clima (o clímax), la banda se fue jugando y divirtiéndose, poniéndole un broche de oro a un show signado por el goce.

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