el jockey luis ortega

Sobre morir y nacer de nuevo: “El jockey” de Luis Ortega

El director y guionista de El ángel Lulú regresa con su octavo film El jockey, una manifestación de lo identitario en una narrativa movediza.


En cartelera hace ya dos semanas, El jockey, lo último de Luis Ortega, dio bastante que hablar. En parte porque fue elegida para representar al país en los premios Oscar y Goya pero también por ser objeto de una crítica muy dividida.

La historia toma lugar en la cultura del turf y nos introduce a dos personajes, Remo y Abril, jockeys que corren para un mafioso. En un accidente, Remo mata a uno de los caballos más caros y se escapa. Con la mafia persiguiéndolo, Abril, embarazada de Remo, debe encontrarlo y esconderlo antes de que le hagan pagar. Así da inicio esta historia que parece otro relato criminal de los que nos tiene acostumbrados Ortega, pero con humor e incomodidad nos lleva hacia algo más, algo nuevo en su filmografía. En una entrevista con Rolling Stone, Ortega cuenta que su vida cambió desde que nació su hijo, que aunque suena cliché, ya no ve el mundo de la misma manera. Quizás sea esto lo que motiva su búsqueda por el sentido de las cosas.

En la primera mitad de la película Remo se nos presenta como un personaje arrogante, perdido entre sus pensamientos y las drogas que consume. Casi no habla y no sabemos mucho de él salvo por las interacciones con su pareja, donde deja ver un rasgo de su humanidad. Corre como por inercia o por costumbre, cuando escucha el clarín sabe que es momento de moverse y tiene la certeza de saber hacia dónde va, un camino marcado por delante. No es hasta el accidente que el espectador puede conectar con él. Hasta que se derrumba, y entonces, uno logra empatizar con lo que nace después de la tragedia. Ahora camina sin rumbo pero ya no está perdido, sino buscando encontrar quién es.

Nunca sabemos si Remo vuelve a despertar o si su vida termina el día que estrella el caballo. La historia de El jockey, hasta este entonces hilable, se vuelca hacia una narración que escapa al sentido común. Un hombre que muere y vuelve a la vida para volver a morir. Remo es libre dejando atrás su pasado, uno del que nunca se hace mención, quizás olvidado mucho antes del accidente, por las drogas o el alcohol, ahogado en la tristeza de no haber tenido madre ni padre. 

Nuestro protagonista está solo, a excepción de una persona, Abril. El único personaje que parece inalterable a sus cambios, un cable a tierra a lo que le acontece, que lo ama aún cuando él no sabe quién es. En su reencuentro ella le dice: “No me importa quién sos. Te amo y no sé quien sos”. Durante toda la película hay una manifestación en cuanto a lo identitario y a la obsesión por saber el origen y el por qué de las cosas. Hoy pareciera que existe una exigencia por clasificar y definir las cosas todo el tiempo, por llenar espacios en blanco y otorgarles un sentido cualquiera para que entonces tengan validez. 

Esta presión se traslada mismo a la controversia respecto a las opiniones de la película. No hay un reglamento para contar historias y sin embargo muchas de las críticas se basan en esto, en que la narrativa no es lineal, en que no “cuenta nada” y eso puede ser también una elección. Pararse desde lo ambiguo  y sostener un clima durante hora y media. Deambular en un sentimiento, como un ensayo que da vueltas a un asunto que puede no tener un fin en sí mismo más que el explorarlo y lograr que eso traspase la pantalla, que invite a la reflexión. En El jockey, Ortega se anima a jugar con lo incierto y apostar a algo nuevo. Consigue renovar su propio estilo y correrse un poco de la homogeneidad de las historias que nos rodean. A veces, sin sentido o sin un nexo concreto pero logrando su propia esencia.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Deslizar arriba

Hola! Si querés utilizar esta imagen, escribinos!