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Tobogán Andaluz: madurez, crisis y el arte como salvación en “Poesía para edificios”

Tobogán Andaluz sigue el camino establecido en Fuego en las naves, con guitarras relajadas y tempos más lentos, pero con la poesía intacta.


En la Europa del siglo XII, los trovadores eran músicos que componían en sus laúdes o guitarras de tres cuerdas, y hablaban acerca del amor, sus pensamientos y la metafísica. Facu Tobogán es uno de los últimos trovadores urbanos y en 2010 decidió armar Tobogán Andaluz, banda que el pasado 20 de marzo publicó su quinto álbum, Poesía para edificios, bajo el sello DiscoBabyDiscos.

La banda porteña nace con su primer material, el EP Corazón congelado (2011), que si bien no está en Spotify, se puede encontrar en el bandcamp oficial. Un año después, y con nueva formación, editan Viaje de luz y se embarcan en una trilogía cargada de ansiedad juvenil y guitarras relampagueantes que posteriormente completarían con Tobogán Andaluz (2014) y Luz satelital (2016).

El quiebre se produce en Fuego en las naves (2018), cuando el cuarteto conformado por Facu (voz y guitarra), Fede Dopazo (bajo), Manuel Larisgoitia (batería) y Nacho Kater Tossounian (guitarra) aplica una producción más pulida a sus canciones, que a su vez habían evolucionado líricamente. Las distorsiones escuálidas y las letras directas desaparecieron lentamente para dejarle espacio a climas más pensativos y metáforas más abiertas.

Foto: Franco Cueva

Lo que se mantuvo, y es el alma de Tobogán Andaluz, es ese deseo por llegar al estribillo y poder liberar, tanto en palabras como en emoción, los sentimientos guardados, que se multiplican entre las miles de personas que se sienten representadas y ven en Tobogán un reflejo de sus vidas. Poesía para edificios se cimienta sobre siete tracks en los que la banda muestra el nivel de madurez alcanzado luego de diez años de carrera.

“La vida” arranca el disco y lo enmarca en el rock canción fundamental de la banda, hija de la música alternativa de los ’90s. Prolijos y sobrios, los instrumentos saben cuándo salir o entrar y dejarle el lugar a algo más grande, sabiendo que el silencio es igual de importante que la nota tocada. “La vida es reír, llorar, y eso / no puedo decir que hoy perdí el tiempo”, ejemplifica Facu, en su tópico del tempus fugit y la vida escapándose segundo a segundo.

La Buenos Aires nocturna se ve retratada en “Ciudatella Nacional”, segundo corte de difusión, que continúa con el rock punto medio de “La vida”, pero en este caso elige retratar otras historias de la ciudad desde un tono introspectivo. En quizás el mejor tema del disco, el triste estribillo nos agarra en offside mientras esperamos algo más parecido a “Lo que más quiero” de Viaje de Luz (2012). Es que la efusividad de la juventud se transformó en reflexión, aunque el espíritu se mantenga inmutado.

También sobre esa idea entra “Cleo de 5 a 7”, jugando con su posición en el tracklist (es el número 5 de los 7 totales). Facu Tobogán es un conocido amante del cine y la literatura, y la mixtura entre las artes le surge natural, homenajeando a Cléo de 5 à 7, una película francesa dirigida de 1961 por Agnès Varda. En plena nouvelle vague, la película trata sobre el existencialismo, la vida y el propósito en ella cuando su protagonista espera dos horas en un café por sus resultados médicos.

Quizás como en un foreshadowing de una película, la aparición del sintetizador en “Ángel del parque”, el cierre del álbum, nos hace un guiño de a dónde apuntará Tobogán de aquí en adelante. La guitarra acústica que había acompañado en todo el transcurso de Poesía para edificios toma un papel principal y acompaña a los últimos versos sobre la destrucción. Facu es un poeta urbano que escarba en donde nadie se anima y no siente temor en desnudar sus pensamientos más brumosos.

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