El cuarteto platense enseñó su nuevo disco compartiendo escenario con Dum Chica en la última fecha del año.
Es otra noche de sábado en La Plata y la esbelta figura de una mujer joven se impone de espaldas al público sobre el escenario de Guajira, aquel icónico club nocturno ubicado en calle 49 entre 4 y 5 de La Plata. Salvo por algunas luces allí arriba y la iluminación fluorescente que decora el espacio, el resto del lugar está a oscuras. Parece rondar los 26 años, tiene el pelo cortado a la altura de los hombros, viste una camisa roja sin mangas con un short de jean y lleva colgada una guitarra eléctrica negra con lágrima blanca. Se trata de Mora Palvi, vocalista de Mora y los Metegoles, quien levanta sus manos hacia los costados por unos pocos minutos como si estuviera viviendo en la mismísima gloria para luego llevarlas lentamente hacia su cabeza. Al fondo se puede ver como el resto de los músicos se miran entre sí de manera silenciosa generando la sensación de que se entienden. Es que algo en aquel preciso momento está funcionando y puede percibirse en el aire o en los rostros fascinados de quienes están viendo el show. En un instante comienza a sonar “Tu maestra” y la frontman se da vuelta para cantar dejando caer un mechón de pelo sobre su frente que le da una imagen de “paciencia colmada”. Este tema forma parte de Suerte, su nuevo disco que están presentando en esta ocasión.
Ese calor sofocante que determina en remeras sobrecargadas de sudor y las calles casi vacías de aquella ciudad universitaria dejan en claro que se acercan el verano y las vacaciones. A pocas cuadras del local, en el estadio “UNO” del Club Estudiantes de La Plata, se está llevando a cabo un recital multitudinario del grupo de cuarteto cordobés La K’onga donde todo es alegría, colores y fantasía. Sin embargo, pasados unos metros todo eso desaparece, lo que pone en contraste esa idea de mainstream lleno de brillos con el ambiente musical platense. Ese marcado desinterés por la fama, así como el hecho de hacerlo “todo a pulmón”, son los que se degustan cuando los miembros de Dum Chica suben a tocar. Al principio, este power trío conformado por Lucila Storino en voz, Juana Gallardo en bajo y Ramiro Pampin en batería sortea algunas fallas en el sonido haciendo bailar a la gente al ritmo punk desquiciado de la canción “Figuritas”. La cantante lanza algunos pasos disimulados con sus piernas que junto a su pelo semi corto recuerdan a la actríz Uma Thurman durante aquella icónica escena de Pulp Fiction en la que baila con John Travolta. Su look escolar de camisa blanca con mangas cortas y pollera a cuadrillé es atropellado por unos anteojos para sol negros.
Uno de los puntos cúlmine de su presentación llega cuando tocan “Nuevo stone”, tema al que la cantante describe bajo las palabras “¡Este es para mover las cachas!”. De a poco sus músculos se van relajando, lo que hace que esos movimientos del principio se extiendan a todo su cuerpo en un formato mucho más suelto. Esa energía se ve apagada por “Supersónico divino”, un tema de amor que de alguna manera los transporta a otro lugar. Con un movimiento sensual de caderas, Lucila parece dejarse llevar por la canción hasta el punto de querer levitar. Aquella situación pacífica se ve sofocada cuando de un momento a otro simula enojarse y comienza a cantar gritando. Esto demuestra la gran versatilidad de sus integrantes a la hora de interpretar emociones y sentimientos dado que pasan de un estado de ánimo a otro sin ningún problema. Pero el broche de oro llega algunas canciones más adelante con “Virna” cuando Lucila se baja del escenario para entonar de forma desenfrenada “Yo tomo Martini rosa porque soy hermosa”. Entre tambaleos la artista va y viene desde las escaleras hasta el público una y otra vez para finalmente recostarse sobre las mismas.
Luego de esto, gran parte de la gente aprovecha para salir un rato al patio a respirar, fumar un poco o tomar algo. Aquel espacio al aire libre tan estrecho y largo que al final lleva a los baños es el reflejo más fiel de varios años de funcionamiento y camadas de músicos; casi todo está cubierto a más no poder de stickers de bandas que varían en todos los gustos, desde cumbia hasta rock. Al pasar por un portón ubicado al costado derecho del escenario en ese mismo lado, sobre una pared, se encuentra otra puerta doble que lleva a una barra oculta en un cuarto al que también se puede acceder desde adentro. Unos pasos más adelante hay un ventanal templado con una puerta doble que da paso a la cocina, desde donde sale un olor a pizza muy sutil que a más de una persona le genera hambre. Hacia la izquierda, otro portón de madera de dos hojas sirve de entrada a una especie de camerino y a continuación hay un banquito.
A lo largo de unos veinte minutos la segunda pestaña de este último acceso se abre una y otra vez dejando entrar y salir a personas que van desde músicos hasta allegados de las bandas. Entre charlas con amigos y alcohol el tiempo pasa rápido hasta que finalmente se empiezan a escuchar algunos ruidos de instrumentos musicales. Al volver a entrar el bajista Joaquín Millón, el guitarrista y tecladista Marcos Cikes y el baterista Lautaro Osácar están probando el sonido. Todos se muestran entusiasmados al ver cómo la gente vuelve a ingresar y el lugar se sigue llenando de a poco, hasta el punto en que de tanto en tanto charlan con el público. En un abrir y cerrar de ojos aparece Mora saludando a todos sin ningún misterio, como quien va de visita a la casa de un amigo y tiene que saludar a los familiares, como si nada del show estuviese planeado. En un primer instante lleva puestas unas gafas de sol negras, pero luego se las quita cuando está cantando “Alimentarte”. El segundo tema es “A 100 en bajada”, que comienza con la gente coreando la letra a flor de piel. Mientras tanto algunos bailan al ritmo de aquella canción tan deprimente sobre la juventud. La vocalista parece dejarse llevar por esa sensación de estar abrumada y rasga lentamente su guitarra como si estuviera deprimida ante aquella falta de libertad.
Al comienzo de “ZZZ” suena la batería y Mora agradece a su público, cosa que no se entiende muy bien si es por la energía puesta en los temas anteriores o porque alguien le gritó alguna frase. En medio de la canción una sonrisa extasiada va tomando forma sobre su cara como si recordara un momento placentero de su vida, quizás con algún ser querido o con alguna pareja que de alguna u otra forma ya no están. Otra acepción que se podría darle al tema es que se trate de un amor imposible. Sus letras en general son cortas pero poco contundentes, lo que da paso a la imaginación y a un universo de posibles significados. Al finalizar, la frontman pone orden mediante algunas palabras: “Vamos despacio, porque… ¡Vamos tranqui! ¿Les parece? ¡Yo ya me estoy muriendo!”. El ritmo agitado de su respiración se deja escuchar por el micrófono y da a entender que realmente lo están dejando todo allí arriba del escenario. En seguida comienza a sonar “Avisame cuando llegues”, y la vocalista mira cada tanto al guitarrista y al bajista.
En “Todo lo que”, los integrantes parecen estar volviendo a su infancia como si fuese un juego y se mueven de forma lenta con esa clase de timidez que solo los niños suelen tener. Para “Modificador”, se apagan todas las luces quedando solo algunas en plano nadir que junto a la canción generan un ambiente totalmente relajante para el público, el cuál se olvida por un momento de los problemas y del pasado, deja de pensar por un rato. Sin embargo, uno de los momentos más impactantes de la noche viene después. Al tocar “El rayo”, Mora mira a los espectadores como queriendo encontrar a ese joven discriminado que “creyó ser más que sus compañeros y reinó en el mundo de los cielos” y parece darse cuenta de algo; todos llevan un poco de eso. Una canción después, la vocalista pide un “break” para acomodarse y a los pocos minutos comienza a sonar “Vestida para morir” solo con guitarra, bajo y un teclado muy acotado. En un instante Joaquin se pierde en medio del humo. Lentamente, aquel joven de pelo colorado vestido con una camisa blanca y una malla marrón claro que apunta con el clavijero de su bajo hacia el techo una y otra vez sosteniéndolo desde el cabezal con la mano derecha vuelve a visualizarse entre las nubes.
De repente se sube a tocar la guitarra y cantar Narf Álvarez, ex guitarrista de la banda, a quien Mora describe como “una persona rubia,cachetona y muy carismática”. La vocalista le entrega su guitarra y pasa a tocar el teclado mientras él pone su voz grave a “Maketa”. El misticismo producido por aquella poesía se hace más notorio cuando reproduce la frase “La droga más pura” y alarga la última vocal girando su cabeza hacia ambos lados repetidas veces con los ojos cerrados como si estuviera entregado a una verdad divina. Esa cabellera
dorada con pantalones holgados de algún color claro y camisa blanca abierta que deja ver una remera negra recuerda un poco a David Bowie. El músico también participa en “Por qué”, donde en un momento se da vuelta de cara al bajista y comienza a bailar mientras realiza un punteo. Ambos temas fueron sacados en el disco Dejen dormir y las grabaciones cuentan con su entonación. Ni bien se baja, el tema que rompe con ese ambiente de baile algo quieto y comienza a generar pogo es “Sol bebé”, donde Mora salta a la par de los espectadores como si fuese una más. No contento con lo generado anteriormente, el ex miembro se vuelve a subir y de forma excitada grita “¡Uh! ¡Yeah!”. Ese tema es parte del mismo disco que los otros y contiene algunas frases pronunciadas por él.
Con Narf fuera de la escena, el fervor del pogo sigue aumentando cuando la banda toca “Falkor”. Aquella canción con aires de “No Future” hace que el público celebre los tropiezos que han tenido al tratar de concretar sus sueños, de intentar volar sobre la ciudad o conocer la montaña, a pesar de que luego se hayan dado cuenta que solo iban a ser un “rank 36”. Por otra parte, con una cierta inspiración en la obra de Virus y en esa suavidad con la que Federico Moura solía entonar sus letras, el siguiente tema es “Adscriptos”. Con su estética cercana al surf rock recuerda a hits como “Wadu wadu”, la canción transmite esas ganas de bailar sensualmente que solían ir de la mano con la icónica agrupación. Acto seguido, Marquitos rellena el vacío entre tema y tema con los teclados. Ese relleno se ve continuado por “Una gran remera”, donde Mora toca a solas con su guitarra mientras los músicos piden palmas. Hacia el final el instrumento deja de sonar y su voz queda sostenida por los aplausos que marcan el ritmo. El cierre se lo lleva “Semáforo”, con una frontman que se anima al stage diving y vuelve al escenario. La vocalista flexiona sus piernas y se inclina hacia delante para desquitarse cantando “Yo estoy muy bien, tengo amigos”, aquella actitud juvenil de poner a las amistades por sobre todas las cosas de la vida.
“No hay más, muchas gracias”, dice la vocalista, y agrega: “Esto fue Mora y los Metegoles presentando Sueños”. A los pocos minutos se la puede ver asomarse al patio desde los camerinos para destapar un champagne y lanzar una parte al aire para todos lados mientras
festeja. Las gotas se secan mientras la noche avanza, y de esa forma termina la presentación del nuevo álbum de Mora y los Metegoles. Este trabajo marca el camino para una de las grandes bandas de la nueva escena musical platense con un sonido shoegaze que se entremezcla con el punk, el surf rock y la música de los ‘80 por Virus. Además, la energía generada en el show hace que muchos de los espectadores quieran volver a verlos, quizás en lugares más grandes. La banda no solo editó dos discos, sino que también grabó una película titulada Mora y los Metegoles en el mundo de los cielos y además tuvo la posibilidad de tocar frente al Teatro Argentino como telonera de El Kuelgue llevándose los aplausos de todos los espectadores. En esa línea se entiende que la agrupación puede dar algo más y quizás hasta estar a la cabeza de algunos eventos mucho más masivos sin perder esa lógica indie underground que los caracteriza.