
La nueva divinidad pop: la transformación de Rosalía en “Lux”
Luego de un complejo proceso de producción, que incluyó diversas colaboraciones y la participación de la London Symphony Orchestra, la talentosa y multipremiada artista española lanzó su obra más ambiciosa y transformadora.
¿Cómo lograr que la luz penetre el propio espacio? ¿Qué representa ese resplandor sino la expresión indefinida entre el detalle y lo abstracto? Lux, el nuevo trabajo de Rosalía es, antes que un álbum de música, un marco de interpretación que resiste -y debería resistir- cualquier clasificación. Más que quince canciones, más que la fusión de trece idiomas distintos y superpuestos, y más que sus colaboraciones; Lux es una entrega consagrada de emociones que oscilan entre sus extremos para recrear lo que su autora definió como la “mejor versión” de una ficción: “el detalle” (lo personal) y “lo abstracto” (las referencias universales). Así, si Motomami expuso un estilismo minimalista, su nuevo y cuarto álbum busca un maximalismo que, en su temática, diviniza y humaniza la nueva etapa de la referente pop.
Posiblemente, al escuchar el álbum surja una observación obvia: el uso de diversos idiomas, incluso en las mismas canciones. Desde el japones, el catalán, el italiano, al ucraniano, sin más que envidiable versatilidad. Como Rosalía explicó días antes del lanzamiento, ese recurso tiene un motivo: las diversas historias de mujeres consagradas que influyeron en el imaginario que Lux refleja debían mantener celosamente ese origen, el idioma y su cultura, para que la evocación fuera verdadera. Ese gran trabajo previo de investigación, que provocó la imaginación del álbum, tuvo, además, una complementación excelente con el acompañamiento de la Sinfónica de Londres, dirigida por Daníel Bjarnason, que aportó la ambientación sonora para que cada pieza cultural realzara. Desde la contemplación a una santidad que se eleva, hasta el silencio que potencia la humanidad de la artista.
Aunque el trabajo proponga cuatro movimientos para ordenar las canciones, no es tan claro que esa división corresponda a un concepto diferente, o a una temática particular que se repita; más bien, se puede entender como distintas etapas de la transformación que Rosalía expresa en Lux, agrupando sus canciones por una afinidad que el oyente debe descubrir o establecer. Esa exploración será propia de cada persona que escuche; porque, si bien hay fragmentos verídicos de la artista, se trata de una propuesta que privilegia la pura emoción antes que es un mensaje directo, materialista o anclado en alguna vivencia puntual.
Otra característica que destaca son las variadas colaboraciones del álbum, que incluyen a Björk, Carminho, Estrella Morente, Silvia Pérez Cruz, Yahritza, la Escolania de Montserrat y el Cor Cambra del Palau de la Música Catalana, e Yves Tumor. Dentro de ese repertorio de colaboraciones, algunas son más llamativas como es el caso de “Berghain”, que cuenta con la presencia de un coro agónico y la colaboración de la artista islandesa e Yves Tumor; como así también “Memória”, con la delicada participación de Carminho. Las colaboraciones muestran todo el despliegue musical. Si es por la predominancia de un estilo, las influencias sinfónicas y corales son innegables en el álbum, exhibiendo la enorme capacidad vocal de Rosalía. Tomemos el caso de “Mio Cristo Piange Diamanti”, “Divinize” o “Reliquia”; pero también, de sus versiones vocales más conocidas, lentas y sentimentales, como “Mundo Nuevo”, “Sauvignon Blan” o “Magnolias”.
Otro elemento interesante que el álbum trabaja son las temáticas de las canciones. No hay historias aisladas, sino un concepto que contrasta las tinieblas con la luminosidad del ser; las pasiones terrenales y la consumación de lo divino. Sobre esas dimensiones, la Rosalía despliega sus letras -que tampoco resignan declaraciones personales- mientras la música es la encargada final de ambientar al oyente en cada segundo, en cada pasaje. En el juego que propone la artista, la transformación que Lux propone concluye con una proyección incierta, caracterizada por el entierro y las magnolias, en la que, tal vez, el concepto se consuma: la nueva divinidad pop emerge.
Si algún comentario final merece el último álbum de esta gran artista es el que destaca la osadía con la que Lux fue producido, promocionado y finalmente lanzado. Una obra que no solo transforma la estética que Rosalía había construido años atrás en Motomami, sino las posibilidades que el oyente esperaba de sus trabajos anteriores. Más que una cantante española, con tan solo treinta y tres años, Rosalia Vila Tobella expone talento, cultura y vanguardia a través de su propia búsqueda creativa: es una forma de cultura propia de su época. Rosalía es una marca singular. Aunque lo que sigue es indudablemente incierto, el lanzamiento de Lux establece un punto de inflexión inevitable con respecto a otras bandas y artistas; fijando, justificadamente, toda la atención ante este impresionante trabajo.
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