El eximio multiinstrumentista británico, y uno de los artistas contemporáneos más innovadores de su generación, regresó luego de seis años a la Argentina para desplegar su genialidad en dos funciones en el Teatro Gran Rex.
Un “marciano” llegó a Buenos Aires. Alguien que, con tan solo con un movimiento de dedos, lográ que miles sincronicen en una inagotable curiosidad por explorar los límites de la condición humana, a partir de la música. Un genio creativo, inquieto, sensible y abierto. Tras el lanzamiento de su destacado último álbum, Djesse Vol. 4, y en el marco del Djesse World Tour, la Argentina esperaba otra vez la llegada de un artista que con solo 31 años ha perfeccionado la expresión musical a lo largo del mundo, construyendo referencias para miles y fidelizando un estilo único desde el escenario. Con una doble función programada para su fecha en el Gran Rex, Jacob Collier, otra vez, maravilló a un público que no pudo dejar de emocionarse.
¿Acaso una mejor decisión para empezar el repertorio podía omitir “100.000 voices”? La noche comenzaba, entonces, con la fuerza expansiva de innumerables personas, que rápidamente abarcarían también a los espectadores del Gran Rex. La vibración del lugar, la emocionalidad de sus notas, fueron la introducción a una energía que seguiría con la explosividad de “Well”, esa canción inusualmente rockera que sorprendió en el último álbum y que arriba del escenario volvió a impactar. En poco menos de diez minutos, luego de una gran versión de “Wherever i go”, el público no podía hacer más que ovacionar y celebrar la musicalidad y actitud adorable, humilde y cariñosa que Jacob Collier tenía cuando se acercaba. El legendario canto “Ole, ole, ole” sería una constante.

La versatilidad de Collier arriba del escenario es tan admirable como también sorprendente. Pocos músicos dominan con virtuosismo y entendimiento una variedad de instrumentos que pasan desde el bajo, el piano, hasta lo vocal. Así, una hermosa versión de “Little blue”, comenzó con una suave e íntima guitarrá acústica, para finalizar con un coro de multitudes. Siendo el escenario una extensión física que parecía quedar pequeña ante su constante movimiento, el repertorio continuaría con hits de sus trabajos anteriores, como “Feel” de Djesse Vol. 2 y “Time alone with you” de Djsesse Vol.3. Entre los rápidos cambios de lugar, la participación permanente de un público que canción tras canción seguía extasiándose, el teatro no emitió un ruido frente a la versión “The sun is in you eyes”, aunque luego interactuaría entre muchas risas -por la espontaniedad de Collier- con la ya esperada rearmonización de “Can´t help falling in love”. Si algo faltaba, los acordes cortados de “All I need” exacerbaron aún más.
Pura melodía, pura armonía y, por supuesto, puro rítmo. Con un despliegue total a través de la percusión, luego al piano, y de nuevo a la percusión, el repertorio siguió con “Mi corazón”, previo a que Collier afirmara que en “estas partes del mundo” la sonoridad de esa canción le generaba una sensación especial. Eso mismo sucedió cuando, sin que nadie pudiera anticiparlo, la canción tomó una forma inesperada: de reperente, Jacob estaba tocando las primeras notas de “Libertango”, del inolvidable Piazzolla; para que, tan solo segundos después, toda la banda confluyerá en un estilo de salsa cubana que no hizo más que generar desconcierto ante tanta variedad. A pesar de los aplausos, el público no tenía palabras ante tal asombro. Era demasiado.

Aunque fuese complicado, un momento de reflexión y escucha surgió cuando, sentado frente a todo el teatro en su banqueta, Jacob comenzó a explicar el origen de su álbum “In my room”; pero, además, una hermosa y correcta opinión sobre lo que la música debe representar para abordar lo que en sus palabras definió como la fuente de la mejor música: la humanidad. Con la autoridad que solo alguien reputado y respetado tiene para plantear el tema anterior, el recital continuó con otra sorpresa. Frente al piano, un gesto que sería difícil de olvidar y por siempre agradecido: Jacob cantó Gardel. Con un acento adorable, más marcado por la emotividad, “El día que me quieras” puso de pie al Gran Rex. Nadie quería que la noche terminará.
Entre lo monumental y lo íntimo, la sensibilidad que transmitió la versión de “Fix you”, de la banda Coldplay, fue un motivo para que varios mostrarán con orgullo sus lágrimas. Pero lo mejor, el recuerdo que cada espectador anhelaba de aquella noche, sucedería a continuación. Como es característico, Jacob Collier interactúa con su público (uno muy instruido, fiel y predispuesto, por cierto) de una manera única: el coro humano. En una transición de segundos, entre armonías superpuestas e improvisadas por el genio, el Gran Rex se convirtió en una sola voz. Cada parte, cada respiración, sincronizada y entendidas bajo el lenguaje universal de la música.

Si la generosidad de Collier al ofrecer ese momento no le era suficiente, la invitación a una joven del público para que imitara su gesto y dirigiera al público fue propio de los grandes. Un sueño cumplido para aquella joven, que tuvo el coraje de tocar el piano y dirigir con el acompañamiento de su ídolo. Los minutos finales volverían a irrumpir con el insuperable canto de agradecimiento, ese “tribuneo” que Jacob, entre risas, se propusó dirigir como anteriormente había hecho. Sin embargo, lamentablemente, el último show terminaría con una electrizante versión de “Over you” y el homenaje a la histórica banda británica Queen, “Somebody to love”. La genialidad fue, una vez más, ovacionada.
Si surgiera la pregunta, sería difícil definir la obra, trayectoria y perfomance de Jacob Collier. Tan solo con mencionar su condición como multiinstrumentista, que le permite variar sin perder un grado de virtuosismo entre las cuerdas, la percusión y un extraordinario registro vocal, podríamos decir que “Jacobo” (como entre risas se apodó ante el público), es un distinto, de los pocos con un talento que excede a la mayoría. Sin embargo, lo anterior sería reducir al genio a una sola de sus capacidades. El músico británico refleja en cada sonrisa, en cada paso, en cada nota una capacidad única para interpretar la musicalidad desde lo humano, desde el conocimiento de un sentimiento que impulsa a la música desde una fuente muy pura, desprejuiciada, verdadera. Jacob Collier es música; es un representante del arte que suma, aprende, explora y que transmite inmensidad, amor, universalidad y éxtasis. Su regreso a la Argentina confirmó lo esperado: que el público argentino lo adora, y ese cariño, recíproco por cierto, siempre será así.