
Winona Riders 4: el gesto insolente del pseudo-punkito
Los oriundos de Morón vienen en racha y lanzaron su cuarto disco de estudio, Quiero que lo que yo te diga sea un arma en tu arsenal.
Directo desde zona oeste del conurbano bonaerense, Winona Riders ha demostrado ser uno de los grupos más relevantes en la escena under de los últimos tiempos y lo reafirma con Quiero que lo que yo te diga sea un arma en tu arsenal, su cuarto disco. Con una personalidad que pisa fuerte, desenfadados y desprolijos pero con una pasión que se desborda, movilizan a su público en un ritual que se repite en cada presentación. Porque Winona Riders, lejos de ser una banda más entre tantas otras, es verdaderamente un fenómeno.
A un ritmo despiadado, sin saber sacar el pie del acelerador, vienen cumpliendo con un régimen de lanzamientos que, antes que ir en desmedro de su desempeño, solo expande su universo. Así, desde Esto es lo que obtenés cuando te cansás de lo que ya obtuviste (2023) hasta su última iteración No hagas que me arrepienta (2024), fueron forjando no solo una estética y poética sólidamente definidas sino también un público con una fidelidad difícil de hallar hoy en día. Pero a todo esto: ¿Quiénes son los Winona Riders?
Demasiado sucios
En una escucha superficial, Winona Riders es una mescolanza de influencias stone, noise y psicodélicas. De un sonido cargado de ruido, guitarras de vueltas largas y un ritmo movilizante nacieron canciones ásperas y rabiosas como “A.P.T (American Pro Trucker) o “D.I.E. (Dance in Ecstasy), emblemas que resumen en primera medida la búsqueda del grupo. Luego, en No hagas que me arrepienta, le darían mayor espacio a los sintetizadores para lograr canciones que, sin perder la fuerza de impacto, sonaran distintas. Así salieron a la luz algunos de sus mejores temas como “Hondart” o “V.V.”. Pero si se escarba un poco más en ese barro de herencias se descubre la verdadera potencia del grupo.
Desenfadados, con un gesto casi soberbio ponen, sobre el escenario, una vitalidad como si se les fuera la vida en ello. De esta forma esa premisa extática se vuelve carne y, aunque sea por un rato (o varias horas), se entregan a una fuerza mayor. Quiero que lo que yo te diga sea un arma en tu arsenal tiene un poco de todo lo dicho pero, al mismo tiempo, el mérito de saber cuándo parar. Hay una suerte de alto en esa inversión sintética que el grupo supo hacer en No hagas que me arrepienta en pos de volver a una identidad más cruda y despojada.
Ciudad de Morón
El álbum se escucha de punta a punta con la sensación de verlos ensayar en vivo, no por flaquezas o pifias, sino por la naturalidad con que fluyen y la proximidad que generan. Una vez más, el gesto orgulloso o arrogante de sentirse cómodo con lo que se hace. El sonido es más crudo, si, pero no por ello más simple. Hay una reafirmación de sus raíces rockeras y un casi abrazar al conurbano en esa distorsión agresiva que inunda el disco y se planta, una vez más, como vanguardia política no tanto desde el decir como desde el hacer.
Oscilando entre temas vertiginosos y la precisa demora que solo responde a su ritmo interno, pasan de “Ingrid Grudke” con guitarras desacatadas a “C.D.M.” (¿primera canción de amor?) como en un suspiro. El paisaje que se pinta tiene en partes iguales la potencia de la libertad con la angustia de la crisis en un mismo movimiento, y esa es la grandeza del disco. Las raíces se ven firmes y el grupo demuestra que aprendió a mutar sin perderse en el camino.

La música que está por venir
Quiero que lo que yo te diga sea un arma en tu arsenal es, desde el título, una propuesta en sí mismo. En un gesto que ya es parte del folklore de los Winona Riders, cada disco constituye una propuesta que, sin enunciarlo explícitamente, satisface una inquietud. Si El sonido del éxtasis era algo así como la génesis de su búsqueda donde el cuerpo pasa a un primer plano durante el lapso de entrega y No hagas que me arrepienta una exploración por la anhedonia y la violencia política, esta entrega no se queda atrás.
La misma soberbia con que se paran sobre el escenario se traslada a todas sus interacciones. No desperdician tiempo en declaraciones grandilocuentes ni en gestos instagrameables, no conocen la necesidad de justificarse ni explicarle su público de qué están hablando. Es precisamente por eso que sus canciones tienen la fuerza política que al resto de la escena le falta, letras incisivas que destilan bronca sin caer en la trampa del contenido redundante.
Los tiros salen para otro lado en esta ocasión y la sátira es, de algún modo, hacia ellos mismos. La falta de deseo, la incapacidad generacional de sentir se monta ahora, paradójicamente, sobre la imposición del placer. Constitutivamente incapacitados para el placer, pero impuestos a buscarlo en un consumo desesperado. Ya no se trata del éxtasis.

Diciendo te amo
El intento la introspección se nubla por la velocidad, Winona Riders acelera y pierde el control. Desesperados ruegan ya no por el goce prohibido que avergüenza y calla tímidamente a los muchachos que encuerados se aprietan en los pogos al arrullo de “Penetrame / no me hagás rogar” sino por un instante de fama en “Dr. Faim”: “Quiero estar en la televisión / y que me escuches mi petición“. ¿A dónde quedó ese rockstar que se arrodillaba por un poco de placer? Ese gesto incómodo también político, sin duda más comprometido que declararse entre canciones. ¿A quién le cantan los grupos de ahora?, podrían estar preguntándose los Winonas: “Y te dicen que hay que salvar el rock and roll / Nadie quiere pagar la resurrección“, cantan en “En mi radar”.
Como “Ingrid Grudke”, actriz, modelo y personalidad de la farándula, ¿será todo para las cámaras? No se trata de ser malintencionados, pero alguien tiene que hacerse cargo de la situación. “Ah hey hey hey” es gutural y breve, preciso: “Mi camisa de jean no se qué pensará / le puse otro pin de mi propia banda” o, en otra palabras, vivir con la cabeza metida adentro del culo. Porque Quiero que lo que yo te diga sea un arma en tu arsenal ruega no ya por placer sino por una impugnación, un gesto crítico, por una confrontación que establezca algún tipo de vínculo en tiempos todo resulta tan superficial y masturbatorio. “Hatso!” es la gran estrella del disco, fresco y diferente, nombra esas palabras sin más vueltas.
¿Cómo puede se que te alboroten mis placeres?
Pero si la velocidad es un mérito en sí mismo y acelerar el único propósito de camino a la grandeza, Winona Riders contesta con un disco totalmente distorsionado y ruidoso, sucio y crudo. Además, vulnerable. El disco cierra con una seguidilla de canciones que se corre de la sátira y la crítica para mostrarse desnudo y algo del otro lado de esta carrera. “Mirame a los ojos cuando te toco en vivo / Yo espero lo mismo de vos“, canta en “Dejalo rogar” y otro tanto en “C.D.M.” con “Es que yo me enamoro si me mirás / Con esos ojos que nada esconden ya / ¿Por qué mejor no me lees los labios / Diciendo que te amo?“
Pero la mirada de los Winona Riders está lejos de ser optimista y el destino es invariable. “Hinchado y azul” abrevia su devenir en tan solo cinco líneas que cierran con “Hasta que bajen mi cuerpo / Hinchado y azul“. Ni estilización romántica del suicidio ni arrebato de insolencia, es la sentencia de que no hay alternativa al paisaje que recorren. Porque el disco, en sus idas y venidas, no deja de ser el reclamo por no poder relacionarnos. Ni afectiva o románticamente, ni política o artísticamente, ya ni siquiera como personas. Lo que ven es todo desilusión y anhelos que no se cumplen: “No te rías si abro mi corazón / No me romantizabas tanto como yo a vos / Ya entendí, en mi barrio estoy mejor / Lejos de toda esa que me mira con asco“, concluye en “C.D.M”.

¿No hay alternativa?
Por eso el ruido, el desarreglo y la mugre que impregna cada canción, por eso el gesto agudo de señalar(se). Quiero que lo que yo te diga sea un arma en tu arsenal es una mirada que complementa junto con su predecesor, en una suerte de lado B, los males que aquejan a una generación que no sabe del placer pero no puede dejar de buscarlo en el consumo. Es la búsqueda de razones más profundas que conformarse con señalar lo evidente y abanderarse.
Winona Riders ruega, aunque sea, que le den un sopapo. Por eso el gesto de soberbia, la desfachatez con la que se suben al escenario y cantan como si nada de eso les importara, el look a chicos malos con regusto a pseudo punkitos que posa y dice, una vez más, Ah hey hey hey.
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