
Peces Raros en Mandarine Park: el pulso argentino de una noche global
Entre visuales hipnóticas, beats oscuros y una puesta de nivel internacional, Peces Raros reafirmó su lugar dentro del mapa global de la electrónica.
La tormenta cambió de día, pero no de intensidad. El show que debía ocurrir el sábado se adelantó al viernes, como si hasta el clima entendiera que no se podía esperar más. Desde temprano, la Costanera se iluminaba con los reflejos del río y los destellos de Mandarine Park. En el aire, el sonido grave que salía desde adentro hacía vibrar la fila. A medida que el público avanzaba entre controles estrictos y luces intermitentes, los cuerpos ya empezaban a moverse al ritmo de Ruback, el dúo brasileño encargado de abrir la noche con una sucesión de beats tribales y remixes que encendieron el clima rave.
El escenario principal era monumental: una pantalla LED de varios metros con una estructura que simulaba un balcón dentro de ella. Desde allí, Marco Viera y Lucio Consolo de Peces Raros se proyectaban como dos figuras en un universo digital. Sin preámbulo, arrancaron con “Desaparecer”, y el público respondió como si hubiera esperado ese golpe durante meses. Nada de intros: el show comenzó arriba, y desde ese primer segundo no volvió a bajar. Las visuales fueron otro espectáculo dentro del espectáculo. Diseñadas por León Greco y su equipo, combinaron texturas metálicas, retratos mecanizados y secuencias de luces que hacían que la pantalla pareciera respirar. En ciertos momentos, las imágenes de Marco y Lucio convertidos en androides reforzaban la estética ciberpunk que define el universo de Peces Raros: una banda que habita ese territorio donde lo humano y lo tecnológico se funden.
El setlist fue un recorrido emocional con transiciones que parecían coreografiadas entre beats y silencios. “Frecuencias” y “Cerca” marcaron el primer bloque, donde el público entró en trance. Luego llegaron “No van a parar” y “Barrio adentro”, que encendieron el baile colectivo con ese pulso rockero que distingue al dúo dentro de una escena cada vez más electrónica. Con “Cicuta”, el punto de ebullición, el predio entero se transformó en una masa vibrante de luces y cuerpos en movimiento. En medio de la intensidad, hubo instantes de conexión genuina. Una bandera argentina pintada a mano con el nombre “Peces Raros” flameaba entre el público. Algunos filmaban, otros se abrazaban, otros simplemente cerraban los ojos. Entre la multitud, Innellea —el productor alemán y figura clave del techno contemporáneo— bailaba como uno más. Era una imagen simbólica: el cruce de dos escenas distintas que ya compartían un mismo lenguaje.

Y esa conexión se hizo explícita esa misma noche. Mandarine Park fue el escenario del lanzamiento en vivo de “Parte del juego”, el nuevo track colaborativo entre Peces Raros e Innellea. La canción —una fusión precisa entre la oscuridad platense del dúo y el pulso melódico del productor alemán— sonó como una declaración de principios: una alianza natural entre dos universos que, en realidad, ya se estaban buscando. El tramo final del set fue un viaje emocional. “Óxido” y “Nada para siempre” bajaron el pulso hacia un clima introspectivo, antes de cerrar con una versión arrolladora de “Clericó”. Esta vez, la canción recuperó su espíritu original: más cruda, más viva, menos intervenida. Fue el último estallido antes del silencio, y el momento en que quedó claro que Peces Raros no se conforma con repetir fórmulas: las reinventa.
A esa altura, la noche ya era un paisaje de luces reflejadas sobre el río. Cada tanto, un avión pasaba sobre el predio, y el contraste entre el ruido del motor y los sintetizadores creaba una sensación extraña de inmensidad. Mandarine Park se convirtió en un escenario cósmico, donde lo electrónico y lo humano se cruzaban en perfecta sincronía.
Después llegó el turno de Innellea, encargado de cerrar la velada. Su set, impecable y cerebral, mantuvo el pulso del baile pero transformó la euforia en trance. Si Peces Raros fue el clímax emocional, Innellea fue el descenso hipnótico: una clausura que no apagó la energía, sino que la expandió hacia un terreno más abstracto. La gente seguía bailando, pero ahora los movimientos eran lentos, casi rituales, como si todos estuvieran flotando dentro del sonido.

La magnitud del show dejó una huella clara. Peces Raros continúa consolidándose como uno de los proyectos más innovadores y contundentes de la escena nacional. Cada presentación se convierte en un nuevo capítulo dentro de una historia que no deja de crecer: del Complejo C Art Media pasaron a llenar Obras Sanitarias, luego el Luna Park, y más recientemente un Obras Outdoor que marcó un punto de inflexión en su propuesta sonora y visual.
Con una puesta en escena cada vez más ambiciosa y un sonido en constante evolución, el dúo platense ha logrado que cada fecha tenga una trascendencia particular. Lejos de estancarse, parecen decididos a elevar la vara con cada paso, consolidando una identidad artística que ya dejó su huella en el circuito musical argentino y que, con colaboraciones como la de Innellea, demuestra su alcance en el mapa global.
Salir de Mandarine fue como volver del futuro. Todavía resonaban los bajos, todavía quedaban luces flotando en el aire. Algunos se quedaban en silencio, otros seguían bailando aunque la música ya no sonara.
La magia de esa noche no fue solo la magnitud del show, sino la certeza de haber presenciado una consagración en movimiento: una banda que, mientras reafirma su lugar en el mapa global, sigue mutando, creciendo y redefiniendo el sonido argentino contemporáneo.
