El club de los nostálgicos es un disco que no pierde de vista sus orígenes. El grupo juega con nuevas influencias en su exploración del pasado y la ciudad.
No es muy difícil entender por qué El club de los nostálgicos, el más reciente trabajo de Las Sombras, se llama como lo hace. De la portada a las composiciones, hay un sentido de añoranza palpable que es fácil de distinguir, incluso sin la guía explícita del título. La banda pampeana sigue haciendo propio en sus canciones el legado del rock nacional –el coqueteo con los olvidados 60s, pero ahora también ciertos guiños a los típicamente más revisitados 80s– a la par que lo infunde con su propia impronta y lenguaje, sonando retro y contemporáneo a la vez.
Pero de vuelta a la nostalgia: Las Sombras bien podrían ser aquellas de la calle Corrientes a la madrugada, cuando los neones comienzan a apagarse; o las proyectadas por la luz de la calle que entra a través de los sucios vidrios de un olvidado cafetín. El grupo conjuga su horizonte de sentidos en el ajetreo de la gran ciudad, tanto en su costado vivaz como en sus horas más decadentes, desde una mirada cargada de la melancólica propia del tango, aún sin sonar como este. Su poética es la de la vida cotidiana, en sus diversas facetas: desde el amor trunco que no se puede soltar, a la reflexión que sigue a los excesos de la noche y la complicidad de los amigos de fierro.
“Yo no quiero ser parte de este mundo de hoy / Donde todos compiten a ver quién es mejor”, afirma la banda en “Mundo de hoy” sobre un instrumental con aire a rock clásico, en la que quizás es la mayor declaración de principios de la placa. Pero curiosamente, aunque la vista del grupo oriundo de La Pampa parece fija en el tiempo pasado, su nuevo trabajo es contradictoriamente también uno marcado por el ansia de cambio. Si bien aún hay lugar –y bastante– para los rocanroles de antaño y el inoxidable sonido del blues que tan a fuego marcaron sus anteriores LPs, la banda ahora expande su paleta sonora para incorporar otras influencias.
En sus más recientes entrevistas, el grupo admitía una mayor contribución de los ochenta, incluidas paradas fundamentales como Los Abuelos de la Nada, Virus y Los Encargados. Si bien estas nuevas –viejas– referencias no alcanzan a alterar del todo el sonido del grupo, sí otorgan color y detalles que enriquecen la propuesta. Tal es el caso de las percusiones y baterías programadas que abren “Vidrios”, una cinematográfica viñeta de amor entre el humo de la ciudad; o los ocasionales sintetizadores que suman otro jugador al clásico formato de las dos guitarras, el bajo y la batería.
Asimismo, aunque la banda no pierde de vista al rock como norte –en plena forma en los punteos zigzagueantes de “Parque”, o en los solos de guitarra que adornan buena parte de las canciones–, este impulso convive ahora con sus momentos más pop hasta la fecha. Las Sombras se lanzan a una búsqueda más melódica, ligada a la canción de gancho y estribillo potente, y no tanto al desenfado irreverente de sus dos anteriores entregas. Tómese de referencia de este cambio a la arrebatadora canción que da nombre al disco, conducida entre gentiles instrumentales y coloreada por precisos coros; o la frescura armónica de las geniales “Más allá” y “Las vueltas de la vida”.
Si hubiera que sintetizar lo nuevo de Las Sombras, bien podría decirse que el trabajo se encuentra en ese punto justo en el que una banda afianza su sonido a la vez que, sutilmente, empieza a expandirlo hacia otras direcciones. Quienes siguen al cuarteto desde sus comienzos seguirán encontrando lo suficiente de ese gustito retrostálgico que tan bien les funciona, aunque con la fórmula ligeramente trastocada. Por su parte, los recién llegados difícilmente encuentren un mejor punto de partida al universo del grupo, ahora más accesible. El club ha extendido su invitación, y es difícil rehusarse a su embriagadora nostalgia.
Podés escuchar El club de los nostálgicos y más de Las Sombras en Spotify.