En el marco del “Unreal Unearth Tour”, Hozier volvió a presentarse en el país, esta vez con un show solista en el que repasó toda su carrera.
En una de las noches más frías en lo que va del año, Hozier se presentó por segunda vez en la Argentina, esta vez la sede fue el Movistar Arena. Además de las típicas remeras ploteadas, hace un tiempo que a los recitales se va vestido en sintonía al artista y si uno se para por fuera de los estadios sin saber quién toca, podría intuir qué música se va a escuchar de acuerdo a lo que visten sus fanáticos. Los 13° y algunas lloviznas por la tarde no impidieron que se luzcan esos outfits preparados con semanas de anticipación. Por el estadio abundaban las combinaciones de estampas y texturas al estilo patchwork, las polleras largas de jean o blancas con volados y vestidos largos que tenian su momento protagónico bailar. El clima es de fiesta y es que hay algo en la convocatoria de Hozier que invita a celebrar, a bailar y relajarse. Con una atmósfera tenue y cálida, el show es un refugio de la ajetreada rutina.
El artista abrió con “De Selby Part 1” y “De Selby Part 2”. En ellas canta unas estrofas en gaélico, un dialecto del irlandés. Antes de presentarse ante la audiencia, ya estaba haciendo una declaración sobre su identidad, un indicio de lo que sería todo el show, profundamente atravesado por sus ideologías en sus canciones y en las palabras con las que elegiría presentarlas. Finalizado este momento de introducción, saluda al público y a continuación comienzan los primeros “Olé, olé, olé, olé”, otra muestra de cómo sería el resto de la noche.

Al término de “Nobody’s Soldier” con el verso “Honey, I’m taking no orders / gonna be nobody’s soldier”, el público comenzó instantáneamente a corear “el que no salta es un inglés”, a lo que Hozier pidió, entre risas, que después se la enseñasen, y afirmó que cada vez que viene a Argentina se siente como en Irlanda porque las similitudes entre países. En repetidos momentos el artista pausó el show para hablar de su preocupación por el avance del imperialismo en nuestros modos de vida y sobre la importancia de sostener una voz democrática, seguido de hits como “Eat your Young” para reflejar esta crítica social. En tiempos en que los artistas que se pronuncian a favor o en contra de ciertas políticas son cuestionados, Hozier elige llevarlo como su bandera y nos recuerda algo que dijo Nina Simone alguna vez: “¿Cómo se puede ser un artista y no reflejar los tiempos que vivimos?”.
Algunas canciones después, siguieron “Angel Of Small Death And The Codeine Scene” y “Dinner & Diatribes”, momento en que la gente desató el pogo y el baile. En el campo sobre sectores más liberados, parejas de amigas y novios bailaban al ritmo de un blues característico del sur de los Estados Unidos. La puesta en escena estaba ambientada en un bosque, con ramas que iluminaban la parte superior del escenario y una pantalla de paisajes coloridos y estrellas, con algunos sonidos naturales que acompañaban la atmósfera mística y envolvente, invitando al público a introducirse en este presente. A continuación siguió “Like real people do” donde la gente coreo y algunos hasta se animaron a bailar este lento.

Para “From Eden”, un hit de su primer álbum, el público acalló, las luces bajaron y lo único que llenaba el Movistar Arena en ese momento era la voz de Hozier, que atravesaba el silencio feroz de quienes permanecían atónitos ante una voz extraordinaria. Su banda, compuesta por viola, violín y cello, coristas y teclados, acompañaba tenuemente el fondo, invitando a detenerse y dejarse cautivar para luego con “Would That I”, volver a hacer partícipe al público, mucho más inmerso en el show, con aplausos que marcaban el ritmo y un coro guiado. Como todo evento en vivo, hay algo que sucede en esta convergencia, una conversación pausada que se gesta sin intermediario ni traductores. Un público que hace silencios, participa, escucha y entre las canciones se anima a corear cantos populares, que conmueven al cantante que luego de agradecer diría sorprendido que es como si fuera un concierto mutuo, “lo hacemos una canción por otra”.
El setlist con veintitrés canciones mezcló parte del repertorio de lo nuevo y lo clásico. Algunos de sus temas más viejos, que tienen poco más de diez años y hits como “Too sweet” y “Take me to church”, momento en que el estadio explotó. Acompañado en la pantalla del fondo por el videoclip que contextualiza su letra, la presentación terminó con Hozier colgando una bandera del colectivo LGBT del pie de su micrófono, y despidiéndose en lo que parecía el fin de la noche.

Tras abandonar el escenario, comenzó a gestarse la incertidumbre entre el público y justo cuando algunos amagaban a salir, el artista reapareció en un escenario pequeño en la división entre los campos. Desde allí, solo con su guitarra, tocó dos canciones para el público del fondo. Un momento único, íntimo y sensible, en el que iluminado en principio solo por dos luces interpretó una de sus primeras canciones “Cherry Wine” y con esta melodía lente, el Movistar Arena a oscuras empezó a iluminarse por los flashes de los celulares, que terminaron recreando en vivo uno de esos cielos estrellados previamente proyectado en la pantalla del escenario.
Luego de “Unknown”, Hozier regresó al escenario principal donde agradeció a todo su equipo, uno por uno, y retomó su discurso de la noche pidiendo al público que sostengan el compromiso con la democracia para dar paso a la interpretación de “Nina Cried Power”, una canción que referencia la música que lo inspira y que motivó el movimiento por los derechos civiles en Irlanda, acompañado en el canto por una de sus coristas Amanda Brown.

Para cerrar el show eligió uno de sus himnos “Work Song” que fue acompañado por un fan art, en donde el estadio se iluminó con corazones de colores que formaron en el público la bandera de Irlanda.
Hozier es sin duda uno de los artistas más sensibles de la época, con una propuesta genuina en la que combina el folk, el blues y el soul para hablar de derechos, del trabajo obrero y del amor. No solo se propone conmover sino también defender un mundo en el que la poesía y el arte tienen sentido.