El tercer disco del músico es un compilado de aventuras sónicas, tan recargadas como interesantes.
Con influencias del tango, música electrónica, rock y el pop alternativo, Juan Robles lanzó su tercer disco, Tambores de area. Trece historias tan heterogéneas que comparten esa cualidad, lo que finalmente termina uniéndolas en un camino particular y exótico del músico.
“La venganza de El Gran Hampa” abre el disco con un techno oscuro, que rápidamente sorprende con unas voces agudas alteradas. Este primer quiebre entre lo que venimos escuchando y lo que esperamos es el hilo conductor del álbum: es imposible descifrar qué va a pasar en los próximos compases, algo tan intrigante como inseguro. La canción samplea el famoso leit motiv del canal de noticias Crónica TV -el primero de varios guiños argentos- y lo usa en clave de riff en un pop sacado a lo Louta.
Un halo de art rock con avant garde se respira a lo largo de la placa, que no pierde un momento para romper o modificar sonidos digitalmente y hacerlos más ajenos. Cada track es una historia diferente: “La aurora” tiene armonías dulces, “Un caso perdido” se asemeja a un jazz de los 30s a lo Miau Trio y “Diurna y hermosa” tiene una base de reggaeton (siempre alternativo, claro).
La voz de Juan es precisa y afinada. En tonos graves puede parecerse a la del Indio Solari, pero se maneja en un registro amplio y adecuándose a lo que pide la canción, no solo en cuanto a notas sino en intenciones, en respiraciones y acentos, como en el super electrónico “Serafín sobre seda”.
“El vicio de la avispa” y “Fuego desatado” ven representado su título en la propia canción. La primera tiene sonidos invertidos que se asemejan al vuelo de una avispa cerca del oído y otros timbres que se asemejan a la misma sensación. Mientras que en el segundo track, que es a piano tanguero y voz, el instrumento se va desacatando cada vez más, en notas graves y agudas que van explotando cada vez más.
El final se da con “La matemática de una flor”, con pianos, sintetizadores y la clara voz de Robles. Un ritmo folklórico y percusivo de tres por dos -la polirritma de la chacarera- se suma a una guitarra acústica mientras suena la última frase: “Es terrible ver la simetría / que el destino cifra día a día / ¿Qué más da?”.
Es genial!!