Coire es la vuelta de la banda con un sonido soft rock donde experimentan a través de la soledad, el amor y la angustia.
Atras Hay Truenos volvió con Coire. Nueve años después hay un nuevo disco de la banda que fue uno de los pilares de la última oleada indie en décadas pasadas. Es un trabajo esperado hace mucho tiempo por una escena, y siempre es bienvenida música de ellos.
En Coire hay canciones que pasan de la melancolía al amor en un instante. Se sumerge sin miedo en distintos sentimientos y sonidos, saltando de la melancolía al amor en segundos. Lo disfraza una paleta brillante de colores, desde lo synth y bailable pasa como si nada a guitarras más eclécticas y distorsivas. El nombre Coire es tomado del latín de “juntarse”, “fundirse”, “hacer el amor”.
El disco arranca con “Empleado”. Una calma que acompaña esta visión encadenada al molde de la vida del empleado. Una situación cíclica de todos los días que no terminan, comienza así hasta que gira al amor que juega con la fábrica. Toma esto de cuidarlo, de nutrirlo y trabajarlo día a día. Ese sonido minimalista de la banda está en su aura aún: con poco crean un imaginario palpable a través de los sonidos, detalles y la voz de Roberto Aleandri frasea como simples susurros que se entrelazan con el sonido: “Hay que trabajar en el amor / nadie nos avisó / hay que trabajar”.
Atrás Hay Truenos te llevan por canciones donde el amor cabe en una declaración y en el descreimiento de él. El ambiente sonoro se nutre de muchos colores agradables, que lo dota de esta dualidad entre lo que escucho y veo. “Ciego” da una cosa pop de fines de los 80s y hasta tintes disco con su bajo groovero. Ritmos que les faltaba a los otros temas, da esa sensación de ir cabalgando, ciego, pero con la confianza de quien acompaña.
Bronce (2016), su anterior disco, daba esa sensación de enganchar una parte antigua y una nueva, siendo un nexo entre todo lo que sucedía. Este nos trae a la banda a un entorno distinto. Los tiempos cambiaron, los intérpretes posiblemente, y eso se nota también en el sonido.
El componente paisajístico de la banda sigue en pie, con interpretaciones como en “0800”, “Señuelo” o “Promesas”. Con flautas, coros, estribillos brillantes o baterías electrónicas crean panoramas refinados pero bailables a la vez: “No la pasó tan bien / y eso no importa / y el silencio es edén / y eso es lo que toca”.
“Desierto” es uno de los momentos que se suman a la vulnerabilidad del disco, permitirnos estar en este estado y no en guardia constante y conecta con “Posguerra”. Una de las facetas que encuadra conceptualmente. Un viaje a través de las melodías vocales de Aleandri y la música retrofuturista de la banda, uno se siente indefenso ante ella pero que a la vez te produce la sensación de moverte, de no quedarte quieto. Y a la vez plantea esta dualidad, una parte fría y dura como una despedida, otra mucho más cálida como la luz de la luna: “Dame paz / dame más / está brillando el tejado / la luna no se ira, está pintando tus labios”.
Coire da la resistencia de la sensibilidad, de la vulnerabilidad. De brillar cabalgando o arriba de un tejado. Sonido limpio que engancha con lo pop y rock de la banda, una interferencia entre lo clásico y la ya visión del futuro de la banda. Un disco de detalles sin fin a cada escucha que lo hace más disfrutable. Que te permite abrir tu coraza lo que duran las ocho canciones para hacerte parte del mundo y fragilidad de la banda.
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